sábado, 29 de agosto de 2015

NERÓN, MODELO DE LOS “POLÍTICAMENTE CORRECTOS”

Ironía sin duda destila este artículo publicado por Robert Young Jr. en CRISIS MAGAZINE que traducimos del inglés, pero en verdad refleja la política pro-sodomía y anticristiana de los gobiernos “liberales” (civiles y eclesiásticos), que se remonta a la antiguedad clásica (pues “nihil novi sub sole” dijo Salomón Eclesiastés), y se intensificará en las últimas fases del Nuevo Orden Mundial y el reinado del Anticristo político y religioso.
"SAN" NERÓN, PATRONO DEL "MATRIMONIO" HOMOSEXUAL
Por Robert. V. Young Jr.*
  
Nerón César, tipo del Anticristo.
  
Considerad este artículo como un mea culpa ilustrado. Durante mucho tiempo sostuve la imposibilidad de rebatir el “matrimonio” homosexual, simple y llanamente por no haber argumentos positivos para sostenerlo. Afirmar que un homosexual no tenía derecho a desposarse con otro hombre no es distinto a afirmar que un unicornio no tiene derecho a ser un programador informático: La proposición es intrínsecamente absurda y contestarla significa darle un aval ilimitado. Como prueba de ello, presentaba que hasta antes de finales del siglo XX, al menos en la civilización occidental, nadie pensaba en el matrimonio entre dos personas del mismo sexo.

Ay, pues en el segundo punto la memoria histórica me traicionó. Esto escribió Suetonio (años 70-126 AD) en su Vida de los Césares, en el libro VI, intitulado Nerón:
«Hizo castrar a un joven llamado Esporo, y hasta intentó cambiarlo en mujer, lo adornó un dia con velo nupcial, le constituyó una dote, y haciéndoselo llevar con toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, lo trató como su esposa». 
  
Y continúa el historiador romano,
 «Vistió a este Esporo con el traje de las emperatrices; se hizo llevar con él en litera a las reuniones y mercados de Grecia, y durante las fiestas Sigilarias de Roma, dándole besos por momentos» (VI 28). 
  
A pesar del tono severo de Suetonio -después de todo, así era en una época intolerante, oscura-, su relato permite afirmar que Nerón se adelantó a su tiempo en lo que al reconocimiento de la “construcción social del género” y “la movilidad del deseo”, acomodando en consecuencia sus acciones, tanto así que devino en un “modelo” útil en los actuales guerreros del género:
 «Después de haber prostituído casi todas las partes de su cuerpo. imaginó como supremo placer cubrirse con piel de fiera y lanzarse desde una jaula sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres atados a postes; y cuando había satisfecho todos sus deseos, se entregaba, para terminar, a su liberto Doriforo, a quien servía de mujer, como Esporo le servía a él mismo; y en estos casos imitaba la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia» (VI, 29).

Otro historiador romano, Tácito (56-120), dice (también en términos análogamente oprobiosos) que Nerón,
«el cual no era negado a cualquier forma de depravación, se unió en matrimonio a uno de aquellos degenerados llamado “Pitágoras” con solemne rito nupcial» (Anales, XV, 37). 
  
Ni Suetonio ni Tácito condenaron, sin embargo, todos los actos de Nerón y su aprobación a otras características de su reinado que se recomendarían a los activistas de la igualdad de género. Después de haber narrado el gran incendio que destruyó gran parte de Roma en el año 64, Tácito precisa que el pueblo había comenzado a sospechar de Nerón como autor del incendio:
«Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. [...] Toda una ingente muchedumbre (multitúdo ingens) quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas» (Anales, XV, 44).

En honor de la verdad, Tácito admite que la barbarie de Nerón era tal que suscitaba en la población alguna piedad hacia los “culpables” cristianos.
  
El celo de Nerón no deja de llamar la atención a los actuales defensores de la tolerancia y de todos los activistas que quieren desterrar el odio del mundo. Nerón encontraría un castigo ciertamente más fuerte que los $135.000 dólares de multa impuesta por el ministro del Trabajo del estado de Óregon, Brad Avakian, a Aaron y Melissa Klein, propietarios de una repostería. Frente al “sufrimiento emocional y mental” que los Klein han causado a Rachel y a Laurel Bowman-Cryer (los nombres no me los he inventado) rechazando preparar una torta para su “matrimonio” lésbico, la destrucción del patrimonio de una familia con cinco niños por la supradicha sanción pecuniaria representaría para los activistas un simple “reglazo en las manos”. Brad Avakian -y por supuesto, el juez Anthony Kennedy de la Corte Suprema- tienen ciertamente mucho que aprender de Nerón César en cuanto a represión del odio y la intolerancia. Así las cosas, ¿qué es el destino de cinco niños cuando están en juego los sentimientos heridos y la dignidad de los estilos de vida alternativos?
  
Obviamente sería más humano, mas prudente, seguir el programa moderado de Plinio el Joven (61-113), gobernador romano de la Bitinia y del Ponto medio siglo después de Nerón, durante el reino de Trajano (53-117). En el reporte concerniente con relación a los cristianos que envió al emperador (Epístolas, X, 96), Plinio dice haber erigido estatuas del emperador y suministrar incienso y vino a aquellos que eran acusados de ser cristianos, para constreñirlos a adorar a los ídolos y «en suma, a maldecir a Cristo» («prætérea male dicérent Christo»). Dado que ningún cristiano sincero haría aquel gesto, aquellos que se sometían a este trámite, eran exonerados. El mundo secularizado de hoy tiene modos equivalentes para obligar a los cristianos a adorare a sus dioses y al emperador: adoctrinamiento sobre la diversidad, cursos de manejo de la ira, campos de reeducación… y de pastelería nupcial. Por ahora esta proceduría no es por ahora puesta en obra, como lo hiciera Plinio, con la amenaza de la pena de muerte («supplícium minátus»). ¿Mas quién sabe lo que nos reservará el futuro?
  
No obstante su tolerancia facilista, Plinio, al igual que sus contemporáneos Tácito y Suetonio, precisa, en la misma epístola dirigida al emperador, de haber encontrado en el cristianismo una «irracional y desmesurada superstición» («superstitiónem pravam et immódicam»). Plinio confirmó la información que había recolectado interrogando a los apóstatas y por las respuestas obtenidas de dos jóvenes esclavas llamadas diaconisas («minístri») que sometió a tortura («per torménta»: la moderación tiene límites). Y esta era la espantosa verdad que descubrió «sobre la pertinaz e inflexible obstinación» («pertináciam […] et inflexíbilem obstinatiónem») de los cristianos: 
«Ellos afirmaban que toda su culpa o error había consistido en la costumbre de reunirse un día fijo antes de salir el sol y cantar a coros sucesivos un himno a Cristo como a un dios, y en comprometerse bajo juramento no ya a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer hurtos, fechorías o adulterios, a no faltar a nada prometido, ni a negarse, a hacer un préstamo del depósito. Terminados esos ritos, tienen por costumbre separarse y volverse a reunir para tomar alimento, por lo demás común e inocente».
   
Frente a tanta depravación, la moderación y la tolerancia de Plinio son, sin duda, encomiables. Ahora, como cualquier progresista iluminado puede ver, los cristianos constituyen una obvia amenaza a la estabilidad del órden social toda vez que se rehusan a adorar a sus dioses -verbigracia, Eros y Afrodita, tan  importantes para los tolerantes citadinos modernos- y el emperador, aquel que ofrece el pan y los juegos circenses. Por eso no debe olvidarse el salutífero ejemplo de Nerón. 
  
Incluso, los antiguos historiadores cristianos lo reconocen a su manera. El historiador Eusebio de Cesarea (263-339), por ejemplo, reconoce a Nerón el mérito de ser «el primero de los emperadores en mostrarse enemigo de la Religión divina» (Historia ecelesiástica, XXV) y cita a Tertuliano, que dice: «Nos gloriamos incluso de tenerlo como iniciador de nuestra condenación. Cualquiera que tenga inteligencia lo comprende, pues nada podía ser condenado por Nerón a menos que fuera algo sumamente bueno» (Apologética 5, 3). Reconozcamos, en fin, que el emperador sabía lo que estaba haciendo.
 
Entonces, Nerón puede ser tenido como el santo patrono ideal del “matrimonio” gay, que, como bien sabía, tiene poco que hacer con el “matrimonio igualitario”, pero sí es un instrumento indispensable para suprimir la superstición cristiana de una vez por todas. ¡Es ofensivo que los hombres y las mujeres de hoy que están en la parte correcta de la historia deban seguir luchando con este obstáculo que impide la creación de una sociedad amable, tolerante y libre de odio, hecha de diversidad ilimitada y de igualdad absoluta! Por eso mi “disculpa” por haber pensado que el “matrimonio” entre personas del mismo sexo no tenía antecedentes históricos. Los activistas de hoy tienen un modelo perfecto en un hombre que se anticipó a ellos en lo referente a la sexualidad humana y a la moral cristiana. Cuantos buscan argumentos racionales, encontrarán en Nerón que ésta no es necesaria cuando el poder de un gobierno y, en nuestros tiempos, el peso de la opinión de la élite están a favor de la parte correcta.
  
* Robert V. Young Jr., nacido en 1947, es docente de Literatura renacentista y de Crítica literaria en el Departamento de Inglés de la North Carolina State University en Raleigh. Desde 2007 dirige Modern Age: A Quarterly Review, el semanario cultural conservador más influyente en los Estados Unidos, publicado por la Intercollegiate Studies Institute de Wilmington (Delaware), fundada en 1957 por Russell Kirk (1918-1994). La versión original de este artículo, fue publicada el 23 de Julio de 2015 con el titolo "Saint Nero, Patron of Gay Marriage" en el cotidiano católico online estadounidense Crisis Magazine: A Voice for the Faithful Catholic Laity (clic aquí), ubicado en Bedford (New Hampshire), dirigido por John M. Vella.

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