domingo, 9 de agosto de 2015

MANOS CISMÁTICAS EN LA SEUDOENCÍCLICA DEUTEROVATICANA

Traducción del artículo publicado por Cristopher A. Ferrara* para FÁTIMA NETWORK PERSPECTIVES.
  
¿QUÉ HACEN LOS "PECADOS" INVENTADOS POR BARTOLOMÉ EN UNA "ENCÍCLICA PAPAL"?

Bartolomé I de Constantinopla es un furibundo ecologista y apoya la teoría del “calentamiento global” en diversos foros internacionales. No en vano le llaman “el Patriarca verde”. 
  
Esta es la continuación de mi columna sobre lo que pudiera ser la mayor granada en Laudato Si', esto es, la presentación de las chorradas ambientalistas del “Papa ortodoxo” Bartolomé, como si él pudiera atar en su obediencia a los Católicos. Sería justo darle un vistazo más detenido a la noción del “crimen contra el mundo natural” que tiene él. Revisemos el pasaje que Francisco cita en los párrafos iniciales de su “recíclica”: 
«Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados». Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios» [Patriarca Bartolomé I de Constantinopla, Discurso en Santa Bárbara, CA. 8-XI-1997, Cf. Francisco, Encíclica Laudato Si', 8].
 
Como podemos observar, el cismático que Francisco presenta como una autoridad para los Católicos identifica tres supuestos pecados “contra nosotros mismos y contra Dios”:
  
Primer “pecado”: “Destruir la diversidad biológica en la creación divina…”
No conozco entre los Mandamientos de Dios este de “preservarás la diversidad biológica”. Todo lo contrario, Dios le ordenó al hombre que “dominara sobre los peces del mar, y las aves del cielo, y sobre toda criatura viviente que se mueva sobre la faz de la tierra” Si ciertas especies se extinguieron por actividades humanas como el uso de la tierra o la agricultura, ello no es más que una consecuencia del justo dominio del hombre sobre la tierra y sus criaturas para su uso legítimo, que incluye dónde ha de vivir, qué ha de comer, y cómo producirá sus alimentos. Dios no ha establecido la lista de las especies que el hombre deba mantener excluídas de su propio uso del planeta. Una cosa es la destrucción indiscriminada de la vida animal, pero considerar la pérdida de la “biodiversidad” como pecado es un absurdo en sí mismo.
   
Segundo “pecado”: “Degradar la integridad de la tierra y contribuir al cambio climático”
¡Estás bromeando! Primeramente, la “ciencia del cambio climático” es un fraude ideológicamente creado empleando falsas “simulaciones computarizadas” y “datos” manipulados, como la prensa influyente se ha visto obligada a reconocerlo actualmente. En todo caso, ¿desde cuando el cambio climático es un error en sí mismi? ¿Dónde ha ordenado Dios: “No deberás cambiar el clima”? Al contrario, Su mandato es “poblar la tierra y subyugarla…” Respecto de la idea de que tengamos el deber de preservar la “integridad de la tierra” manteniendo un mitológico status quo climatológico —de hecho, el clima siempre es cambiante—, la tierra no tiene por qué reclamar algo así como una “integridad”. Eso es una ridiculez. La tierra no es un ente moral que tenga el “derecho” a cierto modelo climatológico como parte de su “integridad”.
  
Aparte, ¿qué autoridad tiene un prelado cismático para declarar que cualquier “cambio climático” es perjudicial ipso facto, como si la Tierra creada por Dios fuera incapaz de adaptarse a los efectos de la actividad de los humanos, que han recibido mandato de multiplicarse, llenarla y subyugarla? Este pecado inexistente entraña la hipótesis absurda de una “tierra frágil” en la cua el hombre siempre está en el plan de “destruir el planeta”, como si la Divina Providencia no estuviera involucrado en mantener el orden natural para beneficio de los hombres.
  
Tercer “pecado”: “Desnudar la tierra de sus bosques naturales o destruir sus zonas húmedas”
Más sinsentidos. Nadie ha “despoja[do] la tierra de sus bosques naturales”, aún si hubiera obviamente el deber de manejar y evitar la destrucción innecesaria de este recurso natural. Desde siempre el hombre ha podido derribar árboles y clarear los bosques para propósitos legítimos, aún cuando, como en todo, ha de mediar la moderación y la prudencia. Sin la tala de bosques y la recolección de la madera el hombre no habría podido construir pueblos, ciudades y caminos, y tendríamos que vivir en rústicas chozas de leños y piedras en medio de los bosques. El mismo papel en el que aparecen los pecados inventados por Bartolomé fue hecho de árboles cortados, aunque parezca éste reciclado (pero sólo en un punto antes de que se necesiten más árboles para el ciclo de producción del papel).
  
Todo es parte del subyugar la tierra. Y aún si los bosques son equivocadamente abusados o desperdiciados, sería equivocado sólo porque afecta al hombre, no a la tierra. La tierra no tiene autoridad moral para reclamar contra el hombre por el mantenimiento de sus bosques vírgenes. Y nótese aquí la elocuente frase “bosques naturales”. Aparentemente los programas de reforestación que remplazan árboles no son suficientemente buenos para Bartolomé. ¡Oh no! ¡Debemos tener sólo los bosques naturales originales, porque de otro modo dañarían el planeta! ¡Por favor!.
  
Acerca de que “destruir las zonas húmedas” es pecado, la única respuesta Católica debe ser una risotada. Las tierras húmedas son pantanos, ¡por el amor de Dios!, como aquellos que se encuentran en Nueva Jersey, donde la Mafia arrojaba a sus víctimas. Si el hombre necesita drenar los pantanos para propósitos legítimos, no hay nada “pecaminoso” en hacerlo. Ahora, una comunidad puede, bien sea por razones estéticas, históricas y ambientales, querer preservar un porcentaje apropiado de ciertos pantanos representativos —la bella Lowcountry de Carolina del Sur, por ejemplo-. Incluso puede existir el deber de hacerlo por el bien común (verbigracia, rechazar que se construya un Wal-Mart en la Lowcountry). Pero declarar simplemente que “destruir las zonas húmedas” es pecado sólo porque son humedales es hilarante.
  
En síntesis, Francisco quiere hacernos sentir culpables por cometer unos pecados definidos por un prelado cismático que no acepta la autoridad de aquél —pecados que, bajo un examen concienzudo, no existen-. Mientras más se analiza Laudato Si', más enervante se convierte. Hay mucho más en este manifiesto que pudiera apreciarse en una, dos, o incluso en tres lecturas. Por eso, ésta no será mi última columna sobre estas 185 páginas extravagantes que Francisco dirige “a toda persona viviente en este planeta”.

* Christopher A. Ferrara es un abogado litigante especialista en la Primera Enmienda y otros derechos civiles en favor de los Católicos. Sus artículos y comentarios sobre asuntos de la Iglesia Católica han sido publicados en la revista The Latin Mass, The Remnant, Christian Order, Catholic Family News, la revista de The Fatima Crusader y otros espacios. Es coautor (con Thomas Woods) de The Great Facade, un análisis ampliamente aclamado donde tratan de los cambios introducidos por el Vaticano II. Él y su esposa Wendy, una convertida del Protestantismo, tienen seis hijos. (Datos tomados de THE FÁTIMA NETWORK PERSPECTIVES)

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